Entre un hola y un adiós
Podemos narrar la historia de las pruebas de acceso a la educación superior.
Podemos debatir en torno a los lineamientos, modificaciones y propósitos de cada una ellas.
Podemos inclinarnos, guiados por nociones arbitrarias sobre la educación, por una en desmedro de la otra.
Todo ello es válido y valioso, al fin y al cabo la vida consiste en debatir y proponer múltiples miradas en torno un mismo fenómeno. La uniformidad es monótona, restrictiva y alimenta palabras como prohibición. Sin embargo, en esta ocasión no quiero hablar de la PAES desde un punto de vista académico.
Cuando quedan días para su rendición, quiero hablar de la carga emocional que esta prueba-puerta trae consigo. Dar una prueba de selección para la educación superior es el cierre de un ciclo y el comienzo de otro. Hay una dialéctica en la que conviven dos estados muy distintos, tiernos y hermanables. Por un lado se apaga todo lo que fue el colegio, la última etapa de la niñez temprana-tardía, que solo se percibirá en el futuro como un recuerdo tan propio como ajeno. En forma paralela, como una grieta gemela, se abre la vida universitaria ese espacio primaveral-poético en el que abundan amores, madrugadas, amigos, lenguajes, guitarras y carreteras sin fin.
Dentro de un mismo verano se termina un ciclo y comienza otro, la expresión máxima de un tobogán de emociones. Así es la vida y sus espejos impostergables, que siempre está transitando entre un hola y un adiós.